jueves, 26 de marzo de 2009

El año necesario: 3. AMAR




Amar es abrirse a ...


Esos puntos suspensivos producen tal terror que muchas personas deciden vivir lo no vivido.

Algo así: lo no vivido es la queja constante por aquello que no llega a suceder al permanecer escondidos tras el miedo (ya lo decía Stendhal: el miedo y el odio están en el mismo camino) (1), detrás de un ideal buscado y defendido que nunca aparecerá (para eso es ideal, y no real, oye).


-Un apunte sobre los ideales: ¿muestran un profundo resentimiento ante la vida? (2)


-Un apunte sobre el miedo: “Qué es lo que hacemos frente al miedo. ¿Acaso escapamos? [...] Las personas inmaduras creen conquistarlo, "enamorándose". [...] Uno se engaña a sí mismo, pretende que ama para así no sentir el golpe del miedo. Nos “enamoramos” de alguien a quien tememos, y así provocamos un cortocircuito en el recorrido del miedo, ya no sentimos el miedo. Tal y como sucede entre una serpiente y un pájaro, el pájaro se siente fascinado, cautivado, ¿verdad? Pues es exactamente lo mismo. No sufre, no siente miedo alguno –de hecho, está hipnotizado- y la serpiente acaba engulléndolo.” (3)


Conclusión : amar es de dos; de uno sólo, es locura.







Y, además, la relación sexual es imposible (4). No olvidemos que nos deseamos a nosotros mismos, lo que somos, esa mezcla de fantasía y carne, propuestos en otros, y si no es así, mala cosa. Hacemos el amor con nosotros mismos, con nuestras fantasías que mediante, y en otro (¡qué alegría!!), se hacen realidad. La autoestima puede comenzar por masturbarse con ganas, desearse, darse placer consigo mismo, y desde sí mismo, querer la sofisticada naturalidad que uno es, quererse, desearse, vamos. Verse bien en la mirada del otro.


Por todo esto, encontrar a dos (o más, claro...), a una misma altura del deseo, a eso es a lo que, osemos la hipótesis: llamamos amor.




Encontrarlos en el borde de sí mismos, dirigidos hacia el otro como quien se dirige a la gran batalla, la única batalla. Batalla del todo o nada, una, sólo una, y única. Nos bastan segundos para saber.

A esa misma altura del deseo, cuando dos se encuentran en la batalla de la mirada, del oído, la batalla que decide el todo o nada; las superficies, las pieles que somos puestas ahí como otra cualquier cosa, se transforman. Las pieles, como cajas de cartón, guardan por dentro cunas confortables de un rosa infinito, se abren...





En ellas, esas cajas del amor, casi somos uno, a veces, incluso lo pensamos: hemos sentido ser uno.

A disfrutar, a disfrutar en las cajas íntimas y privadas (lo íntimo y privado que cada uno lo defina), en nuestras personalísimas bomboneras del amor (5)




“En Rizoma, Deleuze invitaba a que nuestros amores fueran según el modelo de la conjunción de dos series heterogéneas que abren y se embarcan en una línea de fuga; amores como los de la abeja y la orquídea, que inauguraran un devenir-abeja de la orquídea y un devenir-orquídea de la abeja, empujándose uno a otro en una circulación de intensidades que les llevan cada vez más lejos.” (6)

Seguramente, porque amar sea transformarse, perder a ese sí mismo imaginado, y encontrarlo sin previo aviso, renovado. Renovado en el juego, que nos da otros papeles y otras posturas. Haciéndonos otros capaces de sentir cuerpos a una distancia, ¡qué capacidad tan desarrollada en el amar: la de percibir a distancia, la del estiramiento de los terminales perceptivos!, Sentimos lo que no nos roza. Dentro del amor y el juego, sucede...



Pero puede suceder también, que de nuevo, y en el juego, aparezca el miedo. Miedo a perder lo que consideramos propio: hábitos, costumbres, pequeñas tradiciones y rituales en los que nos sostenemos como un funambulista, a sabiendas de que hay mundo más allá de la cuerda floja en la que nos balanceamos ansiosamente apegados, pero claro, mundo en el que sólo nos sostendremos sobre “la voluntad de voluntad” (7), vamos, sobre el deseo de continuar deseando.

Ya lo dicen todos los anglohablantes, amar, enamorarse, es caer: falling in love.

Y esto, es el mayor de los artificios (sí, de artificial), para lo humano, que tiende a ser siempre sujeto: el mayor de los artificios es la naturalidad, dejarse llevar, dejarse caer...

Los puntos suspensivos, again: la incertidumbre, la ilusión, desazón, acercamiento, vértigo, escaneo pormenorizado de cada uno de los últimos movimientos del amante, la risa, la flama de los labios en la piel, el goce, las miradas interiorizadas y la sonrisa, o la falta de ella, la satisfacción, la dependencia, el juego, las mentiras seleccionadas, el aliento cercano al cuello, la tortura de la ausencia, la catástrofe del reconocimiento de pequeñas verdades ante las que nos avergonzamos, el gusto de estar allí en ese momento, los engaños ingenuos y los signos dispuestos para su interpretación.

Y, sobre todo lo anterior, el sentimiento terrible de ser la Cenicienta justo cuando suenan las doce campanadas que nos devuelven a la realidad frente al otro, lo amado: aparecer sólo como somos, sin la magia de un hada protectora. Y ahí estamos, sólo vibrando y con una calabaza inmensa al lado.

Vamos, que creemos que aparecemos ante los amados como la Cenicienta en su momento más bajo. Terrible, pero divertido, porfa.

Muertos de miedo ante lo que creemos ser, nuestra naturalidad.

Así, no me extraña que siga habiendo princesas que devoren príncipes timoratos.





Abrirse, dar, es suficiente.

Suficiente..., por ahora.

Hay que jugar, señores, a la naturalidad.

Y, dejemos a un lado a las princesas autocoronadas que trampeando sólo satisfacen deseos incontrolables de comida de almas, no saben amar. Porque, a ver, ¿qué le vamos a hacer?, hay gente que sólo es cuando los que están a su alrededor no son.

Y dediquemos todo lo dicho a aquellos que se abren, a pesar del miedo. Que dan, a pesar de saber que nunca recuperarán lo dado. A aquellos que apuestan por seguir viendo, y viviendo, al otro. A aquellos que quieren seguir conociendo. A aquellos que se embarcan en retos. A aquellos que se ponen a bailar con otros, porque toda coreografía “conjunta” (eso de seguir los pasos al tiempo con otro, eso de saber que se desea ser uno al ritmo de la música), eso es un acto de amor, de revolución sexual...

Bailemos:



Bailemos y sintamos como pasa el aire del amor entre nosotros y los amados, en esos huecos que nos permitirán abrirnos, en esos espacios vacíos entre dos butacas...

Amemos y bailemos, 4 – 2, para ti:





(1) STENDHAL (1991), Lucien Leuwen, Penguin, Londres.
(2) NIETZSCHE, Friedrich (1997), La genealogía de la moral, Universidad de Valencia, Valencia, pp. 72 y ss.
(3) BOURGEOIS, Louise (2002) Destrucción del padre/ Reconstrucción del padre, Síntesis, Madrid, pp. 83-84.
(4) LACAN, Jacques, citado en ALEMÁN, Jorge (2003) Derivas del discurso capitalista: notas sobre psicoanálisis y política, Miguel Gómez ediciones, Málaga, pág. 23.
(5) FANGORIA, En la Disneylandia del amor (del disco: Un día cualquiera en Vulcano), 1993.
(6) MOREY, Miguel; prólogo a FOUCAULT de Deleuze,G. (1999), Paidós, Barcelona.
(7) HEIDEGGER, Martin, citado en BOUTOT, Alain (1995), Heidegger, Publicaciones Cruz O.S.A, México, pág. 81

De las imágenes y vídeos:

1- COURBET, Gustave, El origen del mundo, 1866.
2- OLAF, Erwin, The Kitchen, 2005.
3- ABAD, Donald y ALLARD, Cyriac, Entre Deux, 2006.
4- FRIOFINNSSON, Hreinn, Floor piece, 2007.
5- Fangoria, En la Disneylandia del amor, 1993.
6- SCIANNA, Ferdinando (http://www.magnumphotos.com/Archive/C.aspx?VP=XSpecific_MAG.PhotographerDetail_VPage&pid=2K7O3R13PO0Y&nm=Ferdinando%20Scianna)
7- GILBERT, Christopher(http://www.christophegilbert.com/)
8- La Casa Azul, La revolución sexual, dirigido por Domingo González, 2007.
9- ALMODÓVAR, Pedro, Hable con ella, El DESEO S.A. 2002.